Lo que está inmóvil, con el tiempo se cubre de polvo nace de una necesidad de observar lo que permanece y, al mismo tiempo, se transforma en silencio.
Un cuerpo fragmentado (autorretrato) —una mano, una burbuja— habita ese estado liminal entre lo sagrado y lo efímero. Una tensión mínima se sostiene.
La instalación está compuesta por tres capas de tela translúcida suspendidas, que revelan una imagen por superposición y desplazamiento del espectador.
En el suelo, un círculo de polvo de cuarzo blanco traza un signo ritual: lo que sedimenta.
¿Qué es lo que queda cuando todo parece suspendido?
Me interesa ese espacio donde la fragilidad no es debilidad, sino potencia latente. Una quietud que no es inercia, sino otra forma de movimiento.